Pedro José Ramírez
Codina (Logroño, 26 de marzo de 1952, Aries) tiene tonsura de ex papa
sicalíptico de la prensa. Pedro J. Ramírez usa tirantes para resistirse a ese
hábito periodístico tan contraproducente de bajarse los pantalones frente al
poder, para que el poder pueda dar por detrás, que eso de mirar a la cara sería
como hacer el amor, y al poder, casi por definición, lo que le va es joderte
por el culo.
Pedro J. no sabía si
hacerse leguleyo o plumilla, y hasta coqueteó con el magisterio antes de
sumergirse en las letrinas de la sociedad y la política para mostrarnos la
mierda a los ciudadanos. No me extrañaría que la película de Todos los hombres del presidente le
sacara de dudas y le marcara el tortuoso camino del periodismo, viéndose a sí
mismo como un Bernstein o un Woodward (puestos a elegir, más bien este,
interpretado por Robert Redford) desentrañando Watergates patrios y departiendo
con gargantas profundas. Empezó a ejercer en ABC, y con menos de treinta le
pusieron a dirigir Diario 16, donde se tomó tan en serio que era el cuarto
poder que quiso vérselas con el primero, el segundo y el tercero; y claro,
acabó perdiendo.
Sin embargo, meses
después, Pedro J. fundó el diario El Mundo del siglo XXI con unos colegas, y la
cosa salió bien, porque el periodismo peleón no suele ganar guerras, pero sí
lectores, que estaban un poco adormecidos entre el internacionalismo cultureta
de El País y el monarquismo inquebrantable del ABC. Pedro J. y su navío surcaron
los siete mares, dejando novias y enemigos en cada puerto. Resumiendo mucho, arponearon
de muerte el GAL, pero el 11-M agujereó el sollado, y Moby Dick Rajoy provocó
un maretazo que casi tira al capitán por la borda. Pedro J. aguantó en la amura
de estribor enganchado por sus tirantes, y desde ella empezó a arrojar sus arpones
al cachalote. Pero Rajoy tiene más de acerico que de cetáceo, y por eso
exhibe su sonrisa bobalicona de no enterarse de nada con la espalda llena de
agujas.
Así que, quizá por pura
frustración, el ex capitán se ha puesto a arponear su propio periódico y a su
nuevo capitán desde el mundo analógico y digital, conformando una especie de
folletín que ya quisiera haber escrito Alejandro Dumas padre. Puede que no sea
frustración, sino el deseo de un despido improcedente. Pedro J. ya no puede ser
segunda espada, y entiendo que si se conforma con eso es porque está esperando
que ciertos planes prosperen y le coloquen nuevamente al timón. Eso sí, que sea
en un navío digital, que lo del periódico crujiente al desayuno es muy
literario, pero estoy hasta los cojones de que la prensa facilite a los políticos papel con
que limpiarse el culo. Seguro que con sus ipads no lo harán, aunque se los
hayamos pagado nosotros.