martes, 21 de octubre de 2014

Teresa Romero


María Teresa Romero Ramos (Becerreá, 1970) asoma unos ojos chiquitos desde su rostro de hogaza gallega. Los labios entecos y sin forma parecen poco dados a la sonrisa, pero tampoco a la amargura, y el corte de pelo al estilo fregona confirma que eso del glamour le suena sólo de las películas. Teresa Romero lo bueno y lo malo lo tiene por dentro, quizá como todas las cosas que importan de verdad.

A Teresa Romero no la conocía ni Dios, y a pesar de todo se dedicó a atender a un religioso que se moría enfermo de ébola, un virión o virus cabrón para los legos, que el hombre blanco creía haber acotado en el África negra, donde no molesta. Ironías de la vida que una caridad cristiana, apostólica y romana  mal entendida propiciara el desembarco de esta peste divina en el corazón de las Españas. Vamos, que aquí se plantó el ébola no por la mano de Dios, sino por la mano del hombre, ese hombre empeñado en ser Quijote, o cura, no sé si para que le voten los quijotes o los curas, o ambos.

El caso es que nos cuentan una gallofa para tapar otra, que así tenemos la casa que cuando nos pongamos a rascar se nos va a quedar en ná, y el religioso se muere, como correspondía a un mártir que igual hacen santo. Para asegurarse, trajeron a otro, a ver si también se nos pegaba algo de paciencia y sacrificio, que es algo que predican mucho desde que tenemos una obispa alemana. Pero lo que se pegó fue el ébola, porque somos muy de chapuzas improvisadas y hacer las cosas importantes en dos minutos. Y Teresa Romero, enfermera, una de esas personas que se dedica a cuidar a otras, que no salía en la tele, ni daba ruedas de prensas, ni cantaba coplas, ni jugaba al fútbol, una ciudadana anónima, casi se nos muere.

Todo un país entelerido como si viviera una película de Romero o la versión auténtica de Walking Dead, con una ministra inerme que solo quería meterse debajo del Jaguar y un presidente rezando porque la paisana no se le muriera en un charco de sangre, porque podía ser la gota definitiva, esta vez sí que sí, que sacara a la mayoría silenciosa a las calles a cabalgar los leones de bronce.


Pero se obró el milagro, también, como todos, no por la sangre de Cristo, sino por la del hombre, o de la mujer en este caso, que la cedió por pura solidaridad, a pesar de que a ella no la trajeron de África como a sus jefes. Teresa Romero se ha curado gracias a ella y porque la han atendido los expertos, porque ella misma ha luchado con lo que importa, que es lo que guardamos dentro, digan lo que nos digan desde fuera: voluntad y entereza. Los políticos que se hagan a un lado, a ver si así curamos un país que también está enfermo.

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