Risto Mejide Roldán
(Barcelona, 29 de noviembre de 1974, Sagitario) tiene cabeza de bombilla a
fuerza de concebir ideas y parirlas poco a poco, de modo que se le van
acumulando en el cráneo, que se le hincha por arriba. Así, no es que se esté quedando
calvo por suicidio capilar, sino que el mismo pelo tiene que cubrir cada vez
más superficie. Por el contrario, Risto Mejide gasta nariz, boca y orejas
pequeñas, aunque tiene buen olfato, dice verdades como puños y escucha más de
lo que parece. En su pétreo rostro impostado lo que destacan son sus gafas y
por tanto sus ojos, como los de una mosca cojonera, porque como buen
publicista, lo que hace Risto es ver y mirar. Él sabe que la imagen manda, que
lo visual lo es todo y que sin ello no sería nada.
Pero Risto Mejide me lleva
gafas oscuras para ocultar el alma de la mirada y que los demás no sepan si es
de verdad o no. Risto jugó con esa ventaja cuando ofendía criaturitas
talentosas y la juega ahora mientras pregunta a monstruos con oficio sobre un sofá
con nombre de perro. Viajando con Chester
es una prueba más de que a él lo que de verdad le importa es la imagen, pero le
ha quedado un marco tan perfecto que no sé si lo enmarcado es auténtico o han
usado Photoshop. Las buenas conversaciones no surgen en entornos bien
iluminados con cámaras alternando el plano y contraplano, pero eso él ya lo
sabe. Yo querría que Risto emitiera la charla posterior con el invitado, porque
creo que su programa es como ese mal polvo que se salva con el cigarrito de
después, más satisfactorio, más enjundioso y más relajado porque se han mostrado
todas las cartas y los antifaces descansan sobre la mesilla de noche.
Yo quisiera escuchar a
Risto y a su contertulio sin los antifaces, en el sofá gastado de un piso de
mierda, miserablemente iluminado por las farolas de un parque que aún guardara
las sombras de los niños. Yo quisiera su programa en la radio (medio que ya ha
probado), donde los brillos no me distrajeran de las palabras, esas por las que
muere el pez. Pero Risto Mejide es animal televisivo, el que posa en los platós
y alterna en los despachos, aunque presuma de escritor y tontee con la música.
En la tele Risto puede mirarse y admirarse como en un espejo, ver cómo le queda
el traje, la sonrisa pilla y el gesto levantisco.
Te quedan de puta madre, cabrón, y lo sabes.
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