lunes, 29 de septiembre de 2014

Risto Mejide


Risto Mejide Roldán (Barcelona, 29 de noviembre de 1974, Sagitario) tiene cabeza de bombilla a fuerza de concebir ideas y parirlas poco a poco, de modo que se le van acumulando en el cráneo, que se le hincha por arriba. Así, no es que se esté quedando calvo por suicidio capilar, sino que el mismo pelo tiene que cubrir cada vez más superficie. Por el contrario, Risto Mejide gasta nariz, boca y orejas pequeñas, aunque tiene buen olfato, dice verdades como puños y escucha más de lo que parece. En su pétreo rostro impostado lo que destacan son sus gafas y por tanto sus ojos, como los de una mosca cojonera, porque como buen publicista, lo que hace Risto es ver y mirar. Él sabe que la imagen manda, que lo visual lo es todo y que sin ello no sería nada.

Pero Risto Mejide me lleva gafas oscuras para ocultar el alma de la mirada y que los demás no sepan si es de verdad o no. Risto jugó con esa ventaja cuando ofendía criaturitas talentosas y la juega ahora mientras pregunta a monstruos con oficio sobre un sofá con nombre de perro. Viajando con Chester es una prueba más de que a él lo que de verdad le importa es la imagen, pero le ha quedado un marco tan perfecto que no sé si lo enmarcado es auténtico o han usado Photoshop. Las buenas conversaciones no surgen en entornos bien iluminados con cámaras alternando el plano y contraplano, pero eso él ya lo sabe. Yo querría que Risto emitiera la charla posterior con el invitado, porque creo que su programa es como ese mal polvo que se salva con el cigarrito de después, más satisfactorio, más enjundioso y más relajado porque se han mostrado todas las cartas y los antifaces descansan sobre la mesilla de noche.

Yo quisiera escuchar a Risto y a su contertulio sin los antifaces, en el sofá gastado de un piso de mierda, miserablemente iluminado por las farolas de un parque que aún guardara las sombras de los niños. Yo quisiera su programa en la radio (medio que ya ha probado), donde los brillos no me distrajeran de las palabras, esas por las que muere el pez. Pero Risto Mejide es animal televisivo, el que posa en los platós y alterna en los despachos, aunque presuma de escritor y tontee con la música. En la tele Risto puede mirarse y admirarse como en un espejo, ver cómo le queda el traje, la sonrisa pilla y el gesto levantisco.

Te quedan de puta madre, cabrón, y lo sabes.

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