martes, 30 de septiembre de 2014

George Clooney


George Timothy Clooney (Lexington, 6 de mayo de 1961, Tauro) es el ejemplo vivo de que hay hombres que mejoran con la edad. En George Clooney los años han conseguido hacer el milagro de la cuadratura del círculo, y su rostro macarra de juventud, mezcla de Lorenzo Lamas y David Hasselhoff, ha evolucionado hasta a quintaesencia del galán de Hollywood. Clooney posee un mentón recio, sonrisa profidén y ese cabello canoso que todos quisiéramos tener a los cincuenta, para ruina de Just for men. Para rematar la faena, es simpático, parece listo y encima puede hacer lo que le sale de los cojones.

George Clooney se casó ayer en el ayuntamiento de Venecia con la abogada Amal Alamuddin (no sé si existirá otro nombre más de princesa que este), aunque la zambra ha durado cuatro días, quizá en honor a la religión drusa de la novia, que prescribe festejos de hasta siete. Es irónico que la duración del enlace se haya alargado más que algunos de los noviazgos del actor, aunque me parece el modo perfecto de asegurarse de que te casas con la mujer adecuada: si al tercer día de fiesta no te has arrepentido es que es la buena.

Llama la atención que todas las fotos que he visto del evento parecen de catálogo de El Corte Inglés. Quizá sea que Clooney cae bien incluso a los paparazzi más impertinentes y por eso siempre le sacan guapo, o que los actores saben instintivamente cuando hay una cámara rondando y posan en décimas de segundo. Ni un dedo en la nariz, ni un bostezo desproporcionado, ni una mala cara. ¿Es que esta gente no se tira pedos? ¿De verdad se puede ser sublime cada segundo de la vida?

Si George y Amal no tienen hijos, solicitaré que me adopten, que conmigo pueden ahorrarse la adolescencia, las borracheras y la matrícula de la universidad. George es célebre por su generosidad y su activismo en favor de los derechos humanos, así que igual le convenzo para que me saque de este mundo real en el que vivo, lleno de pobreza, olores desagradables, envidias absurdas y sobres que siempre pasan por las manos de otros. Yo quiero vivir en su cuento, ese en el que un golpe de suerte te saca de la rutina de vender zapatos o seguros para meterte en una serie de televisión, luego en películas y finalmente te convierte en estrella. Ahora comprendo, tarde, por qué hay tanta choni y tanto yoni que solo quieren ser tronistas o entrar en Gran Hermano. ¿Quién coño querría deslomarse trabajando cuando aparecer en la tele puede transportarte a las Mil y Una Noches?


Yo no quiero ser John Malkovitch, yo quiero se George Clooney, y que se mueran los feos.

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