George Timothy Clooney
(Lexington, 6 de mayo de 1961, Tauro) es el ejemplo vivo de que hay hombres que
mejoran con la edad. En George Clooney los años han conseguido hacer el milagro
de la cuadratura del círculo, y su rostro macarra de juventud, mezcla de Lorenzo
Lamas y David Hasselhoff, ha evolucionado hasta a quintaesencia del galán de
Hollywood. Clooney posee un mentón recio, sonrisa profidén y ese cabello canoso
que todos quisiéramos tener a los cincuenta, para ruina de Just for men. Para rematar la faena, es simpático, parece listo y
encima puede hacer lo que le sale de los cojones.
George Clooney se casó
ayer en el ayuntamiento de Venecia con la abogada Amal Alamuddin (no sé si
existirá otro nombre más de princesa que este), aunque la zambra ha durado
cuatro días, quizá en honor a la religión drusa de la novia, que prescribe
festejos de hasta siete. Es irónico que la duración del enlace se haya alargado
más que algunos de los noviazgos del actor, aunque me parece el modo perfecto
de asegurarse de que te casas con la mujer adecuada: si al tercer día de fiesta
no te has arrepentido es que es la buena.
Llama la atención que
todas las fotos que he visto del evento parecen de catálogo de El Corte Inglés.
Quizá sea que Clooney cae bien incluso a los paparazzi más impertinentes y por eso siempre le sacan guapo, o que
los actores saben instintivamente cuando hay una cámara rondando y posan en
décimas de segundo. Ni un dedo en la nariz, ni un bostezo desproporcionado, ni
una mala cara. ¿Es que esta gente no se tira pedos? ¿De verdad se puede ser
sublime cada segundo de la vida?
Si George y Amal no
tienen hijos, solicitaré que me adopten, que conmigo pueden ahorrarse la
adolescencia, las borracheras y la matrícula de la universidad. George es
célebre por su generosidad y su activismo en favor de los derechos humanos, así
que igual le convenzo para que me saque de este mundo real en el que vivo,
lleno de pobreza, olores desagradables, envidias absurdas y sobres que siempre
pasan por las manos de otros. Yo quiero vivir en su cuento, ese en el que un
golpe de suerte te saca de la rutina de vender zapatos o seguros para meterte
en una serie de televisión, luego en películas y finalmente te convierte en
estrella. Ahora comprendo, tarde, por qué hay tanta choni y tanto yoni que solo
quieren ser tronistas o entrar en Gran Hermano. ¿Quién coño querría deslomarse
trabajando cuando aparecer en la tele puede transportarte a las Mil y Una
Noches?
Yo no quiero ser John
Malkovitch, yo quiero se George Clooney, y que se mueran los feos.
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