jueves, 18 de septiembre de 2014

Mercedes Milá


María de las Mercedes Milá Mencos (Esplugas de Llobregat, 4 de abril de 1951, Aries) gasta ojillos y nariz de bruja de cuento, de esas que te ofrecen al tiempo una sonrisa llena de encías y la manzana emponzoñada. A Mercedes Milá se le vislumbra ya la calavera bajo la piel tazada, por mucho que se cambie el peinado y se vista de suripanta o de vicetiple, y por eso tiene el rostro filoso y agudísimo, digno garaje de una mente incisiva y una lengua viperina de la que extrae el veneno para la reineta que te sirve en plató antes de entrevistarte.

Porque Mercedes Milá es periodista inveterada, de esas que ya no hay aunque lo intenten, esas que habrían enorgullecido a la santa Inquisición, a los chinos de Fu-Manchú o a la Policía de Los Ángeles, que en una misma agente tendría al poli bueno y al poli malo. Mercedes Milá recurre a ese truco tan viejo que casi lo inventó ella de servirte el halago para relajarte y preguntarte a continuación por cómo perdiste la virginidad. Primero el dulce y después lo salado, y así les quita a las princesas las sedas y los brocados y me las deja en pelotas ante la cámara para que veamos que las princesas no existen y que en el fondo somos todos igual de villanos.


Mercedes Milá lleva tantos años haciendo esto en sus interviús que probablemente ya ni siquiera tiene que preguntar, sino que le basta con echarte un buen vistazo y escucharte decir “hola, buenas noches”. Y como las buenas brujas, que no las brujas buenas, con eso ya te desviste el alma y te la pone ante el espejo. Evidentemente, ella se ha visto en el espejo muchas veces, y sabe tan bien lo que todos guardamos dentro que le importa un huevo lo que se vea por fuera. Por eso grita, rebuzna, aspavienta, se toca los pechos y enseña las bragas. La Milá renunció a su aristocracia porque sabe que lo de la sangre azul es un cuento, y ella, como bruja y periodista, no existe para contarlos, sino para mostrar la realidad que hay debajo, desnudar a las princesas y descubrir que no hay príncipes encantados, sino un montón de enanos.

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