María Dolores Leonor
Montero Abárzuza (Estella, 28 de julio de 1967, Leo) tiene formas de hembra
poderosa, de yegua salvaje o de latina de culebrón, y sabe exhibir esas curvas
que redondean su osamenta, la que al morir nos afea y nos deja a todos en los
huesos. Mariló tiene los labios jugosos, los ojos alargados y una melena
ondulada que le enmarca el rostro y el escote, belicoso hasta cuando lo tapa.
Mariló Montero podría
haber triunfado como actriz en Italia o Sudamérica o como hurgamandera en
cualquier parte, pero prefirió presentar en televisión y emparejarse con
periodistas. Con esto no quiero decir que haya progresado en su carrera por
haber estado casada con Carlos Herrera o salir con el exdirector de TVE. Mariló
Montero ha seguido en televisión porque algún imbécil dijo (visto lo visto, con
toda la razón) que una imagen vale más que mil palabras. Y así, Mariló puede
decir mil estupideces por cada plano suyo en pantalla, que no pasará nada. La
palabra está ya tan denostada, tan devaluada, que no hay banco mundial que la
salve. O no las escuchamos o es que no significan nada. Solo entonces puede
entenderse que una presentadora de televisión siga presentando después de haber
confundido las siglas Q.D.E.P. con una firma, o que comente sin sonrojo que no
se haría un trasplante por si el órgano incluye parte del alma del donante, o
pregunte qué contiene un coche fúnebre, o si los ejemplares de calamar de un
museo estaban vivos, o confunda repetidamente el Miño con el Nilo.
Quizá Mariló debería
haber terminado los estudios de Magisterio que inició en la Universidad de
Costa Rica, donde podría haberse coronado Miss América Latina. En vez de eso,
volvió a España a triunfar en una tele dominada por hombres, y con esto tampoco
quiero decir nada. Y aunque lo dijera (o escribiese que es peor), a nadie le
importaría, porque aquí, sobre esta columna, está el rostro promisorio de
Mariló, ese que solo saben lucir las bellas profesionales, ese que dice tanto
sin decir nada. Yo a partir de ahora veré su programa bajando el volumen y
poniendo música setentera, uniéndome a la grey de machos que, junto con las
rubias por las que tanto ha hecho, conforman su público fiel.
Oh, Mariló, mi Mariló-o-o-oH.
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