martes, 23 de septiembre de 2014

Mariló Montero


María Dolores Leonor Montero Abárzuza (Estella, 28 de julio de 1967, Leo) tiene formas de hembra poderosa, de yegua salvaje o de latina de culebrón, y sabe exhibir esas curvas que redondean su osamenta, la que al morir nos afea y nos deja a todos en los huesos. Mariló tiene los labios jugosos, los ojos alargados y una melena ondulada que le enmarca el rostro y el escote, belicoso hasta cuando lo tapa.

Mariló Montero podría haber triunfado como actriz en Italia o Sudamérica o como hurgamandera en cualquier parte, pero prefirió presentar en televisión y emparejarse con periodistas. Con esto no quiero decir que haya progresado en su carrera por haber estado casada con Carlos Herrera o salir con el exdirector de TVE. Mariló Montero ha seguido en televisión porque algún imbécil dijo (visto lo visto, con toda la razón) que una imagen vale más que mil palabras. Y así, Mariló puede decir mil estupideces por cada plano suyo en pantalla, que no pasará nada. La palabra está ya tan denostada, tan devaluada, que no hay banco mundial que la salve. O no las escuchamos o es que no significan nada. Solo entonces puede entenderse que una presentadora de televisión siga presentando después de haber confundido las siglas Q.D.E.P. con una firma, o que comente sin sonrojo que no se haría un trasplante por si el órgano incluye parte del alma del donante, o pregunte qué contiene un coche fúnebre, o si los ejemplares de calamar de un museo estaban vivos, o confunda repetidamente el Miño con el Nilo.

Quizá Mariló debería haber terminado los estudios de Magisterio que inició en la Universidad de Costa Rica, donde podría haberse coronado Miss América Latina. En vez de eso, volvió a España a triunfar en una tele dominada por hombres, y con esto tampoco quiero decir nada. Y aunque lo dijera (o escribiese que es peor), a nadie le importaría, porque aquí, sobre esta columna, está el rostro promisorio de Mariló, ese que solo saben lucir las bellas profesionales, ese que dice tanto sin decir nada. Yo a partir de ahora veré su programa bajando el volumen y poniendo música setentera, uniéndome a la grey de machos que, junto con las rubias por las que tanto ha hecho, conforman su público fiel.


Oh, Mariló, mi Mariló-o-o-oH.

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