Alberto Ruiz-Gallardón
Jiménez (Madrid, 11 de diciembre de 1958, Sagitario) parece el Sapientín añoso
que dibujaba Josep Escobar, aquel niño repelente y sabelotodo que, quizá por
haber estudiado y sacarse las oposiciones, sobrevivió a los ni-nis de Zipi y
Zape. Alberto Ruiz-Gallardón siempre ha
sido el niño listo de la clase, objeto de halagos y burlas, que al final más
que aprender lo que quiere es encajar. Y para encajar, Alberto se mimetiza con
el entorno y sus lugareños, y si estos opinan por la izquierda él también, y si
opinan por la derecha, el más. Al final me los despista, pero cuando los de
Villadiestra lo ven con los de Villasiniestra y al revés, a unos y otros se les
pone la mosca detrás de la oreja para aconsejarles que al niño listo lo vigilen
de cerca porque es carne de sedición.
Esta actitud
esquizofrénica de Alberto Ruiz-Gallardón se refleja en su físico, o a lo mejor
es su físico lo que se refleja en su actitud. Porque Alberto Ruiz-Gallardón
tiene el pelo ensortijado de los negros de Spike Lee, aunque él es muy blanco,
y es de esos que sonríen con las comisuras hacia abajo, de modo que no se sabe si
va o si vuelve, si aprueba o si rehúsa, si ríe o si padece. No me extrañaría
que con tanto equívoco los del PP no supieran si lo de dimitir era un farol o
iba en serio. Tendrían que haberse dado cuenta que a estos niños listos no se
les puede contradecir demasiado, porque bajo su deseo de encajar bucea el
orgullo que se han tragado en cada sonrisa, en cada lisonja y en cada
reverencia. Y si tanto esfuerzo no es recompensado con algún reconocimiento, el
niño listo se encabrita y da el portazo.
Así que el PP me deja a
un Ruiz-Gallardón barzoneante, sin objetivo ni tribu a la que acoplarse. El
Ruiz-Gallardón que auspició esa M-30 tan alabada que en realidad circunvala los
cuellos de los madrileños (estrangulados con su coste desmadrado), que apadrinó
parquímetros, tasa de basura, que plantó a los periodistas, y luego subió las tasas judiciales, reformó la Ley
de Justicia Universal y promovió la reforma de la Ley del Aborto, ese
Ruiz-Gallardón que ha asegurado no volver a la política, puede convertirse en
el payaso de la caja, que unas veces da susto y otras risa, pero siempre
sorprende. Quizá ahora trasciendan historias sobre él, acuñadas por uno y otro
bando; quizá prefieran colocarlo en alguna empresa para que no sea él quien
cuente cosas. Todos son quizás con estos niños tan listos.
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