Esperanza Fuencisla Aguirre
y Gil de Biedma (Madrid, 3 de enero de 1952, Capricornio) se me antoja una
agrimonia o una castañuela en un campo de nabos, tan femenina, tan amarilla y
tan vegetal. Esperanza Aguirre es ya una flor inveterada de libélula posada,
con el pedículo pellejudo, los pétalos caídos y los estambres cabizbajos, pero
sigue haciendo bonito, y los lugareños y paseantes se han acostumbrado tanto a
esa flor en mitad del huerto que el labriego duda en arrancarla. Además, a la
flor también se le ha endurecido el tallo y se le han afianzado las raíces, por
lo que la operación costaría un pico, y no está el morral para dispendios.
Esperanza Aguirre
declaraba hoy en el juzgado por su atropello con fuga en la Gran Vía de Madrí,
su Madrí. Un episodio nacional esperpéntico y primaveral, como corresponde a
una flor, que ha hecho mucha risa y ha servido para sacar todo el ingenio
español, agazapado y dispuesto a saltar a la menor ocasión. Pero la Espe
aguanta muy bien la lluvia, de modo que se encapsula, se ensoberbece y
desprecia a todos como si fueran gorgojos indignos de libar su gineceo. La Espe
solo trata entonces con sus iguales, véase condes, duques, jueces, presidentes
y presidentas, con quienes se acaramela y se vuelve untuosa, reservándose
alguna espina, por si acaso hay que pinchar.
A lo mejor Esperanza
Aguirre tendría que haber ido al juzgado por más asuntos y de más enjundia,
como el de los tránsfugas de las elecciones autonómicas del 2003 (con
constructores de por medio), la financiación ilegal de su campaña a través de
Fundescam (fundación fantasma que ella presidía), o el caso Gürtel. Pero estos
temas ya no provocan tanta risa, y en España somos más de quedarnos con las
anécdotas y olvidarnos del meollo, de lo sustancial, por no hacernos mucha mala
sangre y así seguir a lo nuestro, que no es poco.
A ver en qué queda todo
(en nada seguro), que la Espe no es flor de interiores y la luz de un
ventanuco le marchitaría los brillos y la permanente. Claro que igual la
convivencia con geranios y crisantemos la ablandaba una pizca y le hacía volver
la mirada a la tierra, que de tanto levantar el rostro al cielo se me ha
quedado ciega y me atropella al personal.
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