viernes, 19 de septiembre de 2014

David Cameron


David William Donald Cameron (Londres, 9 de octubre de 1966, Libra, claro) tiene pinta de pajarito por culpa de su nariz, que parece el pellizco prolongado en una cara vacía, de modo que toda ella desemboca o tiene como finalidad su pico. Quizá sea el vestigio de su ascendencia judía, que además de rasgos dejó pasta gansa en las ramas subsiguientes. Porque David Cameron es un niño rico, descendiente no solo de judíos, sino también de reyes, banqueros, comerciantes, corredores de bolsa y políticos. David Cameron es el prototipo de niño bien inglés, ese niño atildado, relamido, destinado a Eton desde que nace para poder ir luego a Oxford a participar en debates políticos, fumar maría en los lavabos y perder el conocimiento en Magaluf.

Con familia semejante, tu destino queda muy marcado, así que el niño se metió en el partido conservador británico nada más licenciarse, y desde entonces se consagró a escalar. Solo tardó veintidós años en llegar a la cima y convertirse en primer ministro. Pero el destino siempre guarda ironías en el bolsillo, y así David Cameron, descendiente también del clan Cameron de las Highlands escocesas, ha tenido que afrontar el referéndum independentista en Escocia defendiendo la unión.

Me pregunto si su antepasado, Ewen Donald Cameron, no se habrá revuelto en su tumba, allá en Aberdeen o en Inverness o donde sea que esté enterrado. Si no habrá regresado de entre los muertos por una noche, esta pasada, ataviado con su kilt, soplando la gaita y agitando su claymore para maldecir a su bisnieto por rogar a los escoceses que votaran a favor de permanecer en el Reino y seguir siendo así hijos de la Gran Bretaña. Puede que a partir de hoy, David Cameron tenga dificultades para dormir, más allá de las que tiene todo inquilino del número 10 de Downing Street: Escocia es famosa por sus fantasmas además de por sus castillos.


De modo que el tronco de David se ha ido torciendo poco a poco, tal vez por el peso creciente de la riqueza, aumentada generación tras generación. No me extraña que queriendo mantenerla acabara en el partido conservador, de primer ministro y de primer lord del tesoro. En la balanza de la realidad, el plato se inclina siempre a favor del oro, no del aire; los ideales no pesan. Que se lo pregunten a William Wallace.

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