David William Donald
Cameron (Londres, 9 de octubre de 1966, Libra, claro) tiene pinta de pajarito
por culpa de su nariz, que parece el pellizco prolongado en una cara vacía, de
modo que toda ella desemboca o tiene como finalidad su pico. Quizá sea el
vestigio de su ascendencia judía, que además de rasgos dejó pasta gansa en las
ramas subsiguientes. Porque David Cameron es un niño rico, descendiente no solo
de judíos, sino también de reyes, banqueros, comerciantes, corredores de bolsa
y políticos. David Cameron es el prototipo de niño bien inglés, ese niño
atildado, relamido, destinado a Eton desde que nace para poder ir luego a
Oxford a participar en debates políticos, fumar maría en los lavabos y perder el conocimiento en Magaluf.
Con familia semejante,
tu destino queda muy marcado, así que el niño se metió en el partido
conservador británico nada más licenciarse, y desde entonces se consagró a
escalar. Solo tardó veintidós años en llegar a la cima y convertirse en primer
ministro. Pero el destino siempre guarda ironías en el bolsillo, y así David
Cameron, descendiente también del clan Cameron de las Highlands escocesas, ha tenido que afrontar el referéndum
independentista en Escocia defendiendo la unión.
Me pregunto si su
antepasado, Ewen Donald Cameron, no se habrá revuelto en su tumba, allá en
Aberdeen o en Inverness o donde sea que esté enterrado. Si no habrá regresado
de entre los muertos por una noche, esta pasada, ataviado con su kilt, soplando
la gaita y agitando su claymore para
maldecir a su bisnieto por rogar a los escoceses que votaran a favor de
permanecer en el Reino y seguir siendo así hijos de la Gran Bretaña. Puede que
a partir de hoy, David Cameron tenga dificultades para dormir, más allá de las
que tiene todo inquilino del número 10 de Downing
Street: Escocia es famosa por sus fantasmas además de por sus castillos.
De modo que el tronco
de David se ha ido torciendo poco a poco, tal vez por el peso creciente de la
riqueza, aumentada generación tras generación. No me extraña que queriendo mantenerla
acabara en el partido conservador, de primer ministro y de primer lord del
tesoro. En la balanza de la realidad, el plato se inclina siempre a favor del
oro, no del aire; los ideales no pesan. Que se lo pregunten a William Wallace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.