jueves, 25 de septiembre de 2014

Anne-Sophie Mutter


Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden de Baden, 29 de junio de 1963, Cáncer) es una diva de la música clásica, que es como ser el doble de diva. A Anne-Sophie Mutter, de Alemania, se le ha puesto más cara de alemana con los años, esto es, que se te endurece el rostro al tiempo que se te ablanda y se te cae. Es un fenómeno paradójico y una putada para las féminas de allí, que de jóvenes son todas bellezas suaves y angulares de labios apetecibles y altos pómulos, algo así como arquitectura humana de la Bauhaus, pero que con la edad devienen en búnkeres de la II Guerra Mundial.

A pesar de esto, Anne-Sophie Mutter conserva algo de su dulzura porque toca el violín, instrumento lo bastante lánguido y sentimental como para que la virtuosa pueda pasar por banquera suiza en vez de por oficial nazi; cuestión de grados, oiga. Estos días la diva pasea su porte, su talento y sus dos Stradivarius por Barcelona y Madrid, que si hay algo que puede aplacar odios provincianos es la música, sobre todo si es clásica, más aún si es romántica. Anne-Sophie empezó a interpretarla, o a ser ella interpretada por la música (en la música, como en la literatura, el autor no es más que el vehículo o la herramienta) cuando tenía cinco añitos, pero quizá por ser el piano demasiado aparatoso, se pasó al violín. Más o menos con su primera regla tocó con la Orquesta Filarmónica de Berlín invitada por Karajan, y de ahí para arriba.

Cuando Anne-Sophie Mutter acaricia su violín saudoso para que suspire notas de placer o de pesar, invita al público a la molicie o al aburrimiento, dependiendo de la sensibilidad de cada uno. Ann-Sophie, como muchos artistas, hace el amor con su instrumento, en el sentido de que se entrega completamente a él. Como decía antes, deja que la música la traspase y se sirva de ella para hacerse audible; Anne-Sophie se vuelve instrumento mortal y rosa, se deja llevar por una mano invisible, vibrante e inhumana que existe, tal vez, desde antes de que hubiera nada, y que seguirá existiendo cuando todo se pudra y desaparezca.

Anne-Sophie Mutter consigue que olvidemos momentáneamente esa terrible verdad de la muerte, y que la vida resulte placentera, que es la finalidad última de todo artista. Y aunque en realidad ella no es nadie, como no lo somos ninguno, al hacerse carne, encarnó la música. No es moco de pavo.

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