Anne-Sophie Mutter
(Rheinfelden de Baden, 29 de junio de 1963, Cáncer) es una diva de la música clásica,
que es como ser el doble de diva. A Anne-Sophie Mutter, de Alemania, se le ha
puesto más cara de alemana con los años, esto es, que se te endurece el rostro
al tiempo que se te ablanda y se te cae. Es un fenómeno paradójico y una putada
para las féminas de allí, que de jóvenes son todas bellezas suaves y angulares
de labios apetecibles y altos pómulos, algo así como arquitectura humana de la
Bauhaus, pero que con la edad devienen en búnkeres de la II Guerra Mundial.
A pesar de esto,
Anne-Sophie Mutter conserva algo de su dulzura porque toca el violín,
instrumento lo bastante lánguido y sentimental como para que la virtuosa pueda
pasar por banquera suiza en vez de por oficial nazi; cuestión de grados, oiga.
Estos días la diva pasea su porte, su talento y sus dos Stradivarius por
Barcelona y Madrid, que si hay algo que puede aplacar odios provincianos es la
música, sobre todo si es clásica, más aún si es romántica. Anne-Sophie empezó a
interpretarla, o a ser ella interpretada por la música (en la música, como en
la literatura, el autor no es más que el vehículo o la herramienta) cuando
tenía cinco añitos, pero quizá por ser el piano demasiado aparatoso, se pasó al
violín. Más o menos con su primera regla tocó con la Orquesta Filarmónica de
Berlín invitada por Karajan, y de ahí para arriba.
Cuando Anne-Sophie
Mutter acaricia su violín saudoso para que suspire notas de placer o de pesar,
invita al público a la molicie o al aburrimiento, dependiendo de la
sensibilidad de cada uno. Ann-Sophie, como muchos artistas, hace el amor con su
instrumento, en el sentido de que se entrega completamente a él. Como decía
antes, deja que la música la traspase y se sirva de ella para hacerse audible;
Anne-Sophie se vuelve instrumento mortal y rosa, se deja llevar por una mano
invisible, vibrante e inhumana que existe, tal vez, desde antes de que hubiera
nada, y que seguirá existiendo cuando todo se pudra y desaparezca.
Anne-Sophie Mutter consigue que olvidemos momentáneamente
esa terrible verdad de la muerte, y que la vida resulte placentera, que es la
finalidad última de todo artista. Y aunque en realidad ella no es nadie, como
no lo somos ninguno, al hacerse carne, encarnó la música. No es moco de pavo.
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