jueves, 11 de septiembre de 2014

Emilio Botín


Emilio Botín Sanz de Sautuola y García de los Ríos (Santander, 1 de octubre de 1934, Libra-Madrid, 10 de septiembre de 2014) estaba predestinado a manejar dinero desde su nacimiento, como corroboran su apellido y su signo zodiacal. Sin embargo, Emilio Botín tenía las mejillas sonrosadas de un labriego saludable aficionado al tinto y las cejas draculinas sobre unos ojos expresivos. Emilio Botín me recordaba a Alfredo Landa o a José Luis López Vázquez, seguramente porque estos dos encarnaron un arquetipo de español bajito, de barriga satisfecha, escaso de melena y muy campechano.

Pero la campechanía de Emilio Botín es la que otorgan el poder y el dinero, la que implica hacer y decir lo que le da a uno la gana porque a personas, leyes y convenciones se las puede uno pasar por el arco del triunfo. Emilio Botín, al contrario que otros ricos de medio pelo, podía permitirse ser un paleto en cualquier condumio porque no se lo iba a reprochar ni Cristo. Qué más da si peroraba en inglés de Vallecas, si no declaraba a Hacienda o si recibía al rey en pantalón corto (¿no sería el rey quien le recibía a él de largo?). La muerte de Botín es lo más parecido a la muerte de Dios desde que crucificaron a Jesucristo.

Junto a esa campechanía cimentada en el poder y en su descomunal y casi palpable seguridad en sí mismo, el otro rasgo que lo descartaba como español tópico de los sesenta eran sus trajes, siempre perfectos, sublimando su figura corriente, su rostro vulgar pero pulcro, bruñido, casi de busto romano.

No obstante, a pesar de la aparente invulnerabilidad y la riqueza monetaria de este banquero universal, la muerte le ha puesto al nivel de los demás: a ras de tierra. Pero algo está terriblemente mal en el mundo, o en el ser humano, por concretar más, cuando un solo hombre puede acumular cantidades obscenas de dinero mientras otros se mueren de hambre. Siendo limitadas las riquezas del planeta, es evidente que si uno tiene de más es porque otro tiene de menos, y no hablemos de merecimientos. Emilio Botín se hizo muy rico, contribuyó a enriquecer a otros y a arruinar a muchos. Cabe preguntarse si Emilio Botín ha encarnado como nadie el capitalismo salvaje y si la muerte de la persona no precederá la del sistema.

Ya se verá.

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