Emilio Botín Sanz de
Sautuola y García de los Ríos (Santander, 1 de octubre de 1934, Libra-Madrid,
10 de septiembre de 2014) estaba predestinado a manejar dinero desde su
nacimiento, como corroboran su apellido y su signo zodiacal. Sin embargo,
Emilio Botín tenía las mejillas sonrosadas de un labriego saludable aficionado
al tinto y las cejas draculinas sobre unos ojos expresivos. Emilio Botín me
recordaba a Alfredo Landa o a José Luis López Vázquez, seguramente porque estos
dos encarnaron un arquetipo de español bajito, de barriga satisfecha, escaso de
melena y muy campechano.
Pero la campechanía de
Emilio Botín es la que otorgan el poder y el dinero, la que implica hacer y
decir lo que le da a uno la gana porque a personas, leyes y convenciones se las
puede uno pasar por el arco del triunfo. Emilio Botín, al contrario que otros
ricos de medio pelo, podía permitirse ser un paleto en cualquier condumio
porque no se lo iba a reprochar ni Cristo. Qué más da si peroraba en inglés de
Vallecas, si no declaraba a Hacienda o si recibía al rey en pantalón corto (¿no
sería el rey quien le recibía a él de largo?). La muerte de Botín es lo más
parecido a la muerte de Dios desde que crucificaron a Jesucristo.
Junto a esa campechanía
cimentada en el poder y en su descomunal y casi palpable seguridad en sí mismo,
el otro rasgo que lo descartaba como español tópico de los sesenta eran sus
trajes, siempre perfectos, sublimando su figura corriente, su rostro vulgar
pero pulcro, bruñido, casi de busto romano.
No obstante, a pesar de
la aparente invulnerabilidad y la riqueza monetaria de este banquero universal,
la muerte le ha puesto al nivel de los demás: a ras de tierra. Pero algo está
terriblemente mal en el mundo, o en el ser humano, por concretar más, cuando un
solo hombre puede acumular cantidades obscenas de dinero mientras otros se mueren
de hambre. Siendo limitadas las riquezas del planeta, es evidente que si uno
tiene de más es porque otro tiene de menos, y no hablemos de merecimientos. Emilio
Botín se hizo muy rico, contribuyó a enriquecer a otros y a arruinar a muchos. Cabe
preguntarse si Emilio Botín ha encarnado como nadie el capitalismo salvaje y si
la muerte de la persona no precederá la del sistema.
Ya se verá.
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