Alberto Contador
Velasco (Madrid, 6 de diciembre de 1982, Sagitario) venía predestinado a ser
centauro moderno, mitad hombre y mitad bicicleta en vez de mitad caballo, aunque
posea una dentadura más bien equina. Alberto Contador tiene también algo de
hormiga corpulenta por su aspecto cabezón y feble, su cabello negrísimo y las
cejas densas y oscuras como tejado de pizarra sobre las ventanas de sus ojos un
poco ingenuos.
Alberto Contador acaba
de ganar su tercera Vuelta a España, si a nadie se le ocurre pincharle las
venas, analizarle la sangre y achacar a un festín de rabo de toro que tenga la
testosterona digna del paquete oculto bajo el maillot. Si así fuera, Le monde se le echaría encima y exigiría
a su gobierno que le prohibiera participar en su Tour por los siglos de los siglos, amén. Aquí tal vez diríamos que
el resultado anómalo se debería, otra vez, a que al toro lo habían cebado
inapropiadamente, probablemente en Francia, solo para jodernos otra vez a los
españoles, ya que no tienen huevos para joder al presidente de su Republiqué,
que también anda con el rabo inquieto.
Alberto Contador se
puso a azacanear con la bicicleta porque le animó su hermano mayor que, como no era
Sagitario, no destacaba y se limitaría a pedalear mientras silbaba lo de Verano
Azul. A Alberto eso no le bastaba, quizá porque descubrió que si entrenaba
mucho no tenía que ir a clase. A sus compañeros de instituto aquello les
parecería una burla universal: toda la vida buscando una excusa para hacer
novillos y resulta que bastaba con montar en bici. Y aquí entra lo de la predestinación,
porque cuántos chavales habrán tomado un camino similar, que al principio nunca
se sabe si es de subida o de bajada, para no llegar a nada, o llegar a pelotón,
que no es mala cosa; una etapa corta de la vuelta de la vida, si acaso, que lo
mismo termina en el kilómetro cuarenta que en el noventa y tres. Pero si además
de pedalear mucho tienes talento, disciplina y constancia (también algo de
suerte, siempre) igual te pones en la cabeza y ganas lo bastante como para vivir
hasta el final sin saber hacer la o con un canuto.
Yo no sé si Contador
sabe hacerla o no; me supongo que sí, porque eso lo enseñan antes de cumplir
los dieciséis, que fue cuando cambió el grafito por el carbono y el papel por
el asfalto. La jugada le salió bien por lo que ya he comentado y porque cada
vez que se ha caído, se ha vuelto a levantar. Y eso no lo enseñan en el cole.
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